QUERIDA MUERTE Decidí viajar hasta el infierno, en un arrebato de ira profunda, fui a buscar el eterno invierno, o de donde sea que es la muerte oriunda. Me monte en la espalda un morral pequeño, pues cada paso que daba era rabioso. tenía yo mi monologo en diseño, y mi lengua perlaba un conjuro peligroso. Tras días de viaje llegué finalmente, a donde me han dicho vive el Dios del deceso. y en medio de una maraña de nervios aparente, le grite yo con enfado en exceso; “Querida muerte ¡Para, por favor de acecharme! Se me riegan las lágrimas de verte, y tiembla mi familia entera cuando vas a visitarme” “Puedo sentir el velo de tu presencia ¡Estás allí a la vuelta de la esquina! cómo voy a disfrutar mi existencia, si te escondes tú, tras la cortina.” Levanté la cabeza para ver al espanto pero semejante asombro mío, grite en voz alta, ¡cielo santo! ¡Si no es más que un crío! una niñita de ojos brillantes, me sonreía con inocencia elegante. en todas mis apuestas extravagantes, ¡nunca me imaginé que sería un infante! me dice ella, con voz melodiosa; “no me veías pero he estado… en cada tristeza dolorosa, en cada sonrisa radiante—a tu lado. Todos saben que la muerte, aparece donde hay vida. Pero solo un par la convierte, en razón de alborozo, querida.” En el camino de regreso, sentí su mano tomando la mía. y supe entonces hasta el hueso, que a esta niña ya la conocía.
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